Virgen de los Reyes y el 15 de agosto, Sevilla late al compás de su reina.
Cada 15 de agosto, Sevilla no necesita despertador. El amanecer trae consigo un murmullo que recorre las calles, un latido que vibra desde la Catedral y se expande como un eco de siglos: ha llegado el día de laVirgen de los Reyes.
El cielo aún conserva la penumbra de la madrugada cuando las primeras luces de la catedral se encienden. A las cinco y media de la mañana, ya hay colas de fieles que esperan entrar. Algunos vienen de lejos, otros han pasado la noche en vela, todos con un mismo destino: contemplar a la patrona de Sevilla. El aire huele a incienso y a azahar, como si la ciudad entera hubiera decidido perfumarse para la ocasión.
El 15 de agosto es oficialmente la festividad de la Asunción de la Virgen María, pero en Sevilla tiene un brillo especial. Aquí no es solo una fecha del calendario religioso: es una cita de amor con la Virgen de los Reyes. La procesión es el corazón del día, y cada detalle, desde las marchas de la Banda Municipal hasta el repicar de las campanas, parece coreografiado por la historia.
Este año, la emoción se multiplica: la imagen procesiona bajo un nuevo palio de tumbilla, inspirado en un diseño original del siglo pasado. Es una pieza que no solo protege la imagen, sino que la enmarca como si fuese un cuadro vivo en movimiento. Bajo ese palio, la Virgen de los Reyes luce un manto verde de terciopelo, bordado en oro, que la reina Isabel II donó en 1853. Restaurado recientemente, brilla como si acabara de salir del taller, atrapando los primeros rayos del sol.
El cortejo es un espectáculo de solemnidad y belleza. Abren paso los niños carráncanos, seguidos por sacerdotes, autoridades civiles y militares, y cientos de devotos que forman una marea humana. Las corales interpretan himnos con una fuerza que estremece, y la música de metales y tambores llena la Avenida de la Constitución. A su paso, el silencio y el fervor se mezclan: hay lágrimas, hay sonrisas, hay promesas susurradas que solo la Virgen de los Reyes escucha.
El itinerario es breve, pero intenso. La procesión rodea la Catedral, recorriendo la Plaza que lleva su nombre, calle Alemanes, Avenida de la Constitución, Plaza del Triunfo y regreso. Todo se desarrolla antes de que el calor del verano se imponga. La imagen regresa al templo hacia las nueve y media, cuando comienza la misa estacional presidida por el arzobispo.
La historia de esta devoción se remonta al siglo XIII. Según la tradición, el rey Fernando III, en plena conquista de Sevilla, recibió la visita de la Virgen en sueños, asegurándole la victoria. Tras la toma de la ciudad, mandó tallar la imagen que hoy veneramos. Desde entonces, la Virgen de los Reyes ha acompañado a Sevilla en momentos de gloria y de dolor, convirtiéndose en símbolo de protección y unidad.
Con el paso de los siglos, su relevancia se multiplicó. Fue coronada canónicamente en 1904, convirtiéndose en la primera imagen mariana de Andalucía en recibir tal honor. Es Alcaldesa Perpetua, Patrona de la Archidiócesis y Medalla de Oro de la ciudad. La corona que porta es un tesoro de orfebrería, con casi doce mil piedras preciosas, cada una con una historia y un donante distinto.
Pero la festividad no se limita al día 15. Todo comienza a principios de agosto, con el besamanos, un momento íntimo en el que miles de personas se acercan a saludarla de cerca. Del 6 al 14 se celebra la novena, con misas de mañana y tarde. Tras la gran procesión, la octava se prolonga hasta el 22 de agosto, con cultos diarios y una última oportunidad para estar junto a ella antes de que vuelva a su capilla habitual.
Lo más impresionante de esta tradición es cómo Sevilla se transforma. La madrugada se convierte en un encuentro intergeneracional: abuelas que llevan a sus nietos por primera vez, jóvenes que madrugan con amigos, familias enteras que se colocan en el mismo punto año tras año. Todos comparten un mismo lenguaje: el de la fe y el cariño hacia la Virgen de los Reyes.
La imagen, con su dulce expresión y su Niño en brazos, es más que una talla de madera policromada. Es memoria viva. Es la que ha escuchado los susurros de generaciones, la que ha visto pasar siglos de historia, la que cada 15 de agosto renueva un pacto silencioso con su ciudad.
Cuando la procesión termina y el sol ya está alto, Sevilla sigue oliendo a fiesta. Las cafeterías se llenan de conversaciones sobre la salida, el palio, la música, el manto… y siempre, sobre ella. La Virgen de los Reyes ha vuelto a pasear por su ciudad, y eso basta para que el corazón de Sevilla palpite un año entero.
La devoción hacia la patrona no entiende de modas ni de épocas. Ni la tecnología, ni los cambios sociales, ni el ritmo acelerado de la vida urbana han logrado empañar este encuentro anual. Al contrario: cada año son más los que madrugan, los que acuden, los que descubren por primera vez que no se trata solo de una procesión, sino de un momento en el que la ciudad se siente más unida que nunca.
En Sevilla, el 15 de agosto no es simplemente un día festivo. Es la fecha en la que la ciudad mira al cielo, escucha campanas y se deja abrazar por su madre. Es el día en que la Virgen de los Reyes baja de su altar para encontrarse con su pueblo, y en ese instante, todo lo demás deja de importar.
Porque mientras ella camine entre sus calles, Sevilla seguirá despertando al alba con un único pensamiento: “Hoy es su día”.
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