Calle del Ataúd: leyenda y misterio en el barrio de Santa Cruz.
Calle del Ataúd: un callejón desaparecido, misterio y la transformación de Miguel de Mañara.
En Sevilla hay calles que parecen guardar secretos en sus piedras, historias que se transmiten como susurros entre las sombras del barrio de Santa Cruz. Una de las más enigmáticas fue la calle del Ataúd, un callejón que ya no existe, borrado por la piqueta del siglo XIX, pero que sigue vivo en la tradición popular gracias a una leyenda que mezcla misterio, fe y un destino marcado por la voz de lo sobrenatural.
Un callejón con nombre inquietante
El barrio de Santa Cruz siempre ha sido un laberinto de callejuelas estrechas, rincones escondidos y pasajes donde el tiempo parece detenerse. Entre ellos se encontraba la calle del Ataúd, un pasillo tan corto y estrecho que muchos aseguraban que su forma recordaba a un féretro. El nombre era tan siniestro como fascinante, y por sí solo bastaba para despertar la curiosidad de vecinos y forasteros.
Durante siglos, Sevilla estuvo llena de calles con nombres singulares, muchas veces inspirados en la vida cotidiana, en oficios o en simples coincidencias. Pero “Ataúd” evocaba algo distinto: evocaba la muerte. Nadie podía pasar por allí sin sentir un escalofrío, especialmente al caer la noche, cuando las sombras parecían alargar el callejón hasta el infinito.
El caballero mundano
En esta historia irrumpe un personaje fundamental: Miguel de Mañara, hidalgo sevillano del siglo XVII. Rico, noble y afamado por sus fiestas y aventuras, era visto como un hombre mundano, entregado a los placeres de la vida. Sin embargo, en torno a su figura se fue tejiendo un halo de leyenda: aquel libertino estaba destinado a convertirse en uno de los grandes benefactores de Sevilla.
Mañara fue el gran impulsor del Hospital de la Caridad, lugar en el que pobres, enfermos y moribundos hallaban cobijo y dignidad. Pero, según cuenta la tradición, antes de dedicarse a la caridad y a los desposeídos, hubo un momento clave, un episodio misterioso que lo cambió para siempre. Ese episodio tuvo como escenario la calle del Ataúd.
La noche del presagio
Cierta noche, Miguel de Mañara paseaba por el barrio de Santa Cruz acompañado de su fiel paje, Alonso Pérez de Velasco. Era tarde, y la ciudad dormía en penumbra. Al pasar frente a la iglesia de Santa Cruz, ambos escucharon cánticos fúnebres, como si un entierro estuviera teniendo lugar. La curiosidad los llevó a detenerse, pero, al asomarse, no vieron ceremonia alguna. El templo estaba vacío, silencioso.
Inquietos, continuaron su camino hasta internarse en la estrecha calle del Ataúd. El aire parecía más denso allí dentro, y las sombras de los muros oprimían con un silencio extraño. De repente, un golpe invisible derribó a Mañara al suelo. Su cuerpo cayó con estrépito sobre las losas del callejón, y en ese mismo instante una voz profunda resonó en la oscuridad:
—Traigan el ataúd, que ya está muerto.
El paje, horrorizado, intentó levantar a su señor, pero la voz se repetía como un eco que helaba la sangre. No había nadie más en la calle, solo ellos dos, y sin embargo la sentencia parecía salir de las paredes mismas. Entre temblores y rezos, lograron abandonar aquel lugar maldito y llegar a salvo a casa.
El destino alterado
Lo más inquietante del relato es lo que vino después. Al regresar a su hogar, Miguel de Mañara descubrió que había sido víctima de una emboscada. Alguien lo esperaba en la penumbra, dispuesto a arrebatarle la vida. De no haberse retrasado en la calle del Ataúd, habría llegado a tiempo de encontrarse con la muerte.
La voz espectral que lo había derribado en el callejón parecía entonces un aviso, un presagio. La sentencia de “ya está muerto” no aludía a su cuerpo, sino a su alma: el hombre frívolo y mundano debía morir para que naciera en él un nuevo espíritu, entregado a la fe y a la caridad.
Desde aquella noche, cuentan, Mañara cambió. Poco a poco se fue alejando de los placeres y dedicó sus riquezas y energías a socorrer a los más pobres. Su vida quedó ligada para siempre al Hospital de la Caridad, donde hasta hoy se conserva su memoria.
La desaparición de la calle
El tiempo, sin embargo, fue borrando los escenarios físicos de la leyenda. La calle del Ataúd desapareció en el siglo XIX, cuando las reformas urbanísticas del barrio de Santa Cruz transformaron el trazado para dar lugar a la actual Plaza de Doña Elvira. La piqueta derribó casas y muros, y con ellos se desvaneció el callejón más oscuro y célebre de Sevilla.
No obstante, su nombre no se perdió del todo. Un azulejo con el rótulo “Calle del Ataúd” se conserva en el Hospital de la Caridad, recordando el lugar donde Mañara vivió y murió. Así, lo que el tiempo borró de las calles, la memoria popular y los símbolos se encargaron de mantener vivo.
El valor de la leyenda
Más allá de la precisión histórica, la leyenda de la calle del Ataúd refleja el espíritu de Sevilla: una ciudad donde lo real y lo sobrenatural conviven, donde los callejones guardan secretos y las voces del pasado siguen resonando entre los muros encalados.
Para muchos, aquella voz misteriosa fue la señal que transformó a Mañara en un hombre nuevo. Para otros, no fue más que un relato inventado, un recurso literario para explicar de forma dramática su cambio de vida. Pero lo cierto es que la historia ha sobrevivido siglos, transmitida de boca en boca, como una sombra persistente que acompaña al recuerdo de una calle desaparecida.
La calle del Ataúd ya no existe, pero sigue siendo parte esencial del imaginario sevillano. Su nombre, inquietante y evocador, ha quedado unido a la figura de Miguel de Mañara y a un episodio legendario que habla de muerte y resurrección, de un destino marcado por la voz del misterio.
En cada relato sobre este callejón maldito, la ciudad se reencuentra con su esencia más profunda: un lugar donde las piedras cuentan historias y donde, incluso en las calles desaparecidas, los ecos del pasado siguen resonando.
Quien pasea hoy por Santa Cruz no encontrará ya la calle del Ataúd, pero quizá, al doblar una esquina al caer la noche, pueda sentir todavía el murmullo de aquella voz que una vez detuvo el corazón de un hombre para devolverle, paradójicamente, la vida.
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