La caseta, templo efímero de alegría eterna.

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Cada primavera, Sevilla se transforma. Las luces se encienden, los trajes de flamenca inundan las calles, y el aire se impregna de sevillanas, risas y el inconfundible aroma de la manzanilla. En el corazón de esta explosión de color y alegría se encuentran las casetas, estructuras efímeras que se convierten, durante una semana, en el epicentro de la vida social sevillana.

Pero ¿de dónde vienen estas emblemáticas construcciones? ¿Cómo han evolucionado hasta convertirse en símbolo de identidad andaluza?

Un origen ganadero y humilde

La historia de las casetas comienza en 1847, cuando la Feria de Abril nació no como un evento festivo, sino como una feria ganadera. Fue propuesta por un catalán (Narciso Bonaplata) y un vasco (José María Ybarra), quienes convencieron al Ayuntamiento de Sevilla de organizar una feria comercial para la compraventa de ganado. En aquella primera edición participaron apenas 19 casetas, que servían como espacios de descanso y encuentro para los comerciantes.

Aunque el propósito inicial era estrictamente económico, la naturaleza festiva de los sevillanos hizo que la feria adoptara pronto un carácter más lúdico. Las casetas, al principio simples toldos o tiendas de campaña, comenzaron a decorarse y a incorporar música, comida y bebida. Ya en 1850, el ambiente era tal que los cronistas de la época hablaban más del bullicio festivo que de las transacciones comerciales.

La consolidación de un estilo único

Con el paso de las décadas, las casetas evolucionaron en estructura y estética. A finales del siglo XIX, se empezaron a diseñar con una forma característica: una fachada con rayas verticales, un entoldado interior, farolillos de papel y cortinas que se abrían como abanicos. Muchas se montaban sobre estructuras de madera que, año tras año, eran desmontadas y almacenadas hasta la próxima edición.

A principios del siglo XX, el número de casetas se disparó, y la feria empezó a trasladarse del Prado de San Sebastián, su ubicación original, a su actual emplazamiento en el barrio de Los Remedios. Con ello, la feria adquirió una organización más planificada: calles con nombres de toreros, farolas de hierro forjado, y una portada monumental diferente cada año que da la bienvenida a los visitantes.

Hoy en día, hay más de 1.000 casetas, distribuidas por un recinto ferial que ocupa unas 450.000 m². Algunas pertenecen a familias sevillanas que las heredan de generación en generación; otras son propiedad de asociaciones, hermandades, partidos políticos o entidades públicas.

¿Casetas privadas o casetas públicas? El eterno debate

Una de las características más comentadas (y criticadas) de la Feria de Abril es que la gran mayoría de las casetas son privadas. Esto significa que solo se puede acceder a ellas si se tiene una invitación o si se es socio. Aunque para muchos sevillanos esto forma parte del encanto —ya que garantiza cierta intimidad, seguridad y sentido de comunidad—, para otros representa una barrera que limita el acceso a quienes no forman parte de estos círculos.

Afortunadamente, existen también casetas públicas gestionadas por el Ayuntamiento, distritos municipales, sindicatos y partidos políticos. Estas son abiertas a cualquier visitante y ofrecen una experiencia similar a las privadas, aunque con menos exclusividad.

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Tecnología, sostenibilidad y modernización

En los últimos años, las casetas han incorporado avances tecnológicos que las hacen más eficientes y sostenibles. Desde sistemas de climatización más respetuosos con el medio ambiente hasta iluminación LED y placas solares, la Feria de Abril también se adapta a los tiempos.

Asimismo, la digitalización ha llegado al Real de la Feria: hoy es común ver sistemas de control de acceso por QR, menús digitales, reservas online y hasta apps que ayudan a encontrar casetas o amigos dentro del recinto.

A pesar de estos avances, la esencia sigue intacta: bailar sevillanas sobre albero, compartir tapas y risas, y dejarse llevar por el compás de una ciudad que durante siete días vive en un estado de felicidad contagiosa.

Identidad, herencia y emoción

La caseta no es solo una carpa decorada: es una extensión del alma sevillana. En ella se canta, se baila, se come y se comparte. Es el lugar donde se encuentran generaciones, donde los niños dan sus primeros pasos vestidos de flamenco y donde los mayores reviven, año tras año, los recuerdos de antaño.

Además, las casetas son un espacio de hospitalidad. A pesar de su aparente exclusividad, muchos sevillanos abren las puertas a amigos y visitantes, sabiendo que la Feria se disfruta más cuanto más se comparte. Incluso entre desconocidos, es común brindar con una copa de fino y entablar una conversación espontánea al ritmo de una guitarra.

Conclusión: más que una feria, un sentimiento

Las casetas de la Feria de Sevilla son mucho más que estructuras temporales. Son símbolos vivos de una cultura que mezcla tradición y alegría, raíces y futuro. Aunque han cambiado con el tiempo, conservan su esencia: ser el corazón palpitante de una de las fiestas más espectaculares del mundo.

En cada farolillo, en cada tabla de suelos desgastados por el taconeo, en cada barra improvisada, late el espíritu de una ciudad que sabe celebrar la vida como ninguna otra. Y mientras haya feria, habrá casetas. Y mientras haya casetas, Sevilla seguirá siendo eterna.

Si quieres conocer más sobre esta alegre fiesta de la idiosincrasia sevillana, no dudes en visitar con nosotros el Barrio de Triana. ¡Te esperamos!

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