El legado de Murillo en Sevilla.

El legado de Murillo en Sevilla.

Bartolomé Esteban Murillo , uno de los más grandes pintores del Barroco español, dejó un legado muy importante en la ciudad de Sevilla que perdura hasta nuestros días. Murillo, nacido en la ciudad andaluza, pasó gran parte de su vida allí, y su obra no solo definió el arte de su época, sino que también contribuyó a la transformación cultural y artística de Sevilla, siendo todo un icono de la ciudad.

Los primeros años de Murillo en Sevilla

Murillo nació en Sevilla en 1617, en una familia de clase media. Aunque su familia no era aristocrática, su contexto urbano y el dinamismo de la Sevilla de la época proporcionaron un entorno ideal para que el joven Bartolomé se formara como artista. A finales del siglo XVI y principios del XVII, Sevilla era la ciudad más importante de España en términos comerciales debido a su conexión con el Nuevo Mundo, lo que permitió a la ciudad convertirse en un importante centro cultural, económico y religioso.

Se desconoce la formación exacta de Murillo, pero se sabe que a principios de la década de 1640, Murillo ya estaba trabajando como pintor en Sevilla. Probablemente fue discípulo de Francisco de Herrera el Mozo, un pintor sevillano de tendencias realistas, y en su juventud también pudo haber estado en contacto con otros artistas de la época, como los miembros de la Escuela Sevillana. El estilo de Murillo comenzó a diferenciarse al fusionar el naturalismo con una dulce idealización de sus sujetos, especialmente en sus representaciones religiosas.

Murillo y la Sevilla Barroca

Murillo se desarrolló en el contexto de la Sevilla Barroca, una ciudad profundamente marcada por el fervor religioso y la consolidación de la Contrarreforma. La iglesia y la monarquía española promovían un arte que no solo debía ser fiel a los principios católicos, sino que también debía despertar sentimientos de devoción entre el pueblo. En este sentido, Murillo se destacó como uno de los principales pintores de temas religiosos, creando una gran cantidad de obras dedicadas a la Virgen María, Cristo y escenas bíblicas, que eran muy demandadas en una ciudad llena de conventos e iglesias.

Una de las características más sobresalientes de la pintura de Murillo es la representación idealizada de la Virgen María y las figuras de la infancia y la humildad. Su obra plasmaba una sensualidad tranquila y una luz envolvente que subrayaban la gracia y la dulzura de los sujetos, en contraposición a la dramática intensidad de otros pintores de la misma época. Murillo consiguió capturar una espiritualidad profunda y conmovedora, y esto lo convirtió en uno de los pintores más admirados de su tiempo.

El ascenso a la fama

En las décadas de 1650 y 1660, Murillo alcanzó la cima de su carrera artística. Su fama no solo se circunscribió a Sevilla, sino que se extendió por toda España e incluso fuera del país. A medida que aumentaba la demanda de sus obras, también lo hacía su prestigio. Fue solicitado por instituciones religiosas de toda Andalucía para pintar frescos, retablos, y cuadros de altar. A través de estas comisiones, Murillo no solo alcanzó un notable éxito económico, sino que también dejó su impronta en los principales templos sevillanos.

En 1655, Murillo se unió a la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, lo que marcó un hito en su carrera. A partir de esta fecha, el pintor se consolidó como la figura más prominente de la pintura sevillana y se hizo muy influyente entre sus contemporáneos, incluidas las generaciones más jóvenes de pintores que lo consideraban un modelo a seguir.

Uno de sus encargos más importantes fue la realización de una serie de frescos para el Hospital de los Venerables, un lugar que albergaba a sacerdotes ancianos. Aquí, Murillo pintó varias de sus obras más emotivas, como las representaciones de la Virgen y el Niño y otros temas religiosos. . Su conexión con el Hospital de los Venerables fue profunda, ya que se convirtió en una de las principales instituciones que preservaron su legado.

La influencia en la sociedad sevillana

Murillo también jugó un papel importante en la vida social y religiosa de Sevilla. En una ciudad donde la vida religiosa era fundamental, Murillo no solo producía obras para iglesias y conventos, sino que también se involucraba en actividades de la vida pública. Fue miembro de la Hermandad del Santísimo Sacramento, lo que refleja su cercanía con la espiritualidad sevillana y el papel de la iglesia en la sociedad local.

A nivel personal, Murillo estuvo rodeado de discípulos y seguidores, muchos de los cuales adoptaron su estilo o se formaron en su taller. Algunos de estos discípulos llegaron a tener carreras importantes, lo que contribuyó a difundir el estilo de Murillo en toda España.

Últimos años y legado

Los últimos años de Murillo estuvieron marcados por la enfermedad, y en 1682 sufrió una caída mientras trabajaba en el Hospital de los Venerables, lo que agravó su estado de salud y contribuyó a su muerte poco después. Sin embargo, su legado continuó vivo no solo a través de sus obras, sino también en la forma en que marcó el rumbo de la pintura sevillana. Su estilo, basado en la suavidad de los tonos, la luz radiante y la devoción sencilla, dejó una huella profunda en las generaciones posteriores de artistas.

Hoy en día, la ciudad de Sevilla sigue siendo el lugar donde se conservan muchas de las obras más destacadas de Murillo. El Museo de Bellas Artes de Sevilla, que alberga una de las colecciones más importantes de su obra, es un referente imprescindible para cualquier amante del arte barroco. Además, el Hospital de los Venerables, donde Murillo pintó sus últimas obras, sigue siendo un importante centro de arte y patrimonio.

La historia de Murillo en Sevilla es la historia de un artista que supo captar la esencia de su tiempo y de su ciudad. Desde su formación en los talleres sevillanos hasta su ascenso como maestro de la pintura religiosa, Murillo dejó un legado artístico y cultural que sigue siendo parte integral de la identidad de Sevilla. A través de sus obras, Sevilla no solo vivió la gloria de la pintura barroca, sino que se construyó una imagen espiritual que aún hoy sigue siendo reconocida y admirada en todo el mundo.

Santa Justa y Santa Rufina, pintadas por Murillo
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